miércoles, 28 de noviembre de 2012

Cien años de contar



No vengo a concitar vuestras pasiones,

amigos. Orador no soy, cual Bruto,

sino, cual todos me conocen, franco,

hombre sencillo que a su amigo amaba,

y esto lo saben bien los que me dieron

para hablar de él aquí pública venia.

Ni inteligencia tengo, ni palabra,

ni mérito, ni estilo, ni ademanes,

ni el don de la oratoria que enardece

la sangre de los hombres,—hablo al caso.


Antonio en Julio César de W. Shakespeare

Un primer acercamiento
La mayoría de los que me hablan de Gabriel García Márquez me lo recomiendan, especial mente Cien años de soledad. Pero yo no he leído ese libro. Me lo regalaron hace dos años y al día siguiente alguien más me lo pidió prestado. Como casi siempre, no me negué a prestarlo. Hoy lo han leído -o al menos eso me han dicho- siete personas y lo tiene un octavo. El libro ha pasado como tres días en casa. Lo primero que conocí realmente de Márquez fue un cuento: Sólo vine a hablar por teléfono. Me lo platicó un amigo. Completo. Me encantó y después me dijo que era un cuento y en que libro leerlo, nos pusimos borrachos y terminamos la fiesta en su casa, volví a la mía acompañado por Doce peregrinos... Leí los cuentos y devolví el libro, entonces no me interesaba la literatura más que para leer, los autores eran lo de menos. Me olvide de Márquez poco después. No fue sino hasta que leí El coronel no tiene quien le escriba que el nombre de Márquez quedó grabado en mi mente (ni siquiera ahora creo que El coronel... sea uno de los mejores libros, en alguna ocasión me parece forzado, pero bueno, de eso a que no me guste hay mucho trecho) y he tratado de recuperar Cien años... Nadie vive por siempre -y los libros menos-, ahora está deshojado y parece una especie de acordeón, pero no importa, el lector en turno está a unos capítulos de terminarlo y ahora me cuidaré de que nadie me vea cargando el libro o no resistiré la idea de prestarlo. Pero bueno, el tema principal de este ensayo no es contar como conocí a García Márquez. Lo que ha quedado claro hasta ahora es que no será sobre Cien años de soledad. No he leído semejante obra, entonces, ¿qué contaré aquí?
En un primer momento pensé en escribir un ensayo sobre los Extraños peregrinos: Doce cuentos, pero no lo tengo, de hecho -sin contar Cien años... que es como si no lo tuviera- no tengo ningún libro de García Márquez. Eso se resuelve fácilmente: bibliotecas públicas. ¡Ese maravilloso servicio secreto que nos presta el estado! Una de las pocas fallas que le encuentro es que prestan los libros solamente siete días hábiles, aproximadamente diez días de los de diario. Muchos libros uno no los puede leer en ese tiempo, en fin, no contaré aquí los inconvenientes que me causa el que después de tres retrasos le cancelen a uno la credencial, menos que ya no se pueda pedir una nueva. Lo único peor que eso para obstaculizar la lectura de obras literaria (vamos, los libros de consulta suelen ser otro cuento) sería cobrar los días de retraso, eso sería reprimir el espíritu intelectual. Pero me he ido por las ramas, contaba que este ensayo no será sobre Extraños peregrinos, tampoco será sobre El coronel...
Ahora contaré la historia de como elegí tema para este ensayo: Tomaba cerveza en casa de una amiga y alguien más ponía música a través del sitio web Youtube, eso me encanta, ahora con tocar una pantalla o presionar algunos botones, uno puede escuchar la canción que le venga en gana; regreso a la reunión, alguien más ponía música y desde las bocinas surgió un bolero que me gustó mucho (cuando me dijo que quien cantaba era Shakira descubrí que es mi gusto culposo), se llama Hay amores -o al menos así sale en Youtube. Es la pista final de una película: El amor en los tiempos del cólera. Para entonces acababa yo de ver una película llamada El amor en tiempos de odio y confundí las películas, total que no recordaba haber escuchado música en español y menos a Shakira, en resumen me sacaron de mi error y me dijeron que era una película basada en un libro de García Márquez ¡Caray! Que desconozco la mayor parte del trabajo de ese señor. Al día siguiente vi la película mientras esperaba que se me pasara un misterioso dolor de cabeza y cuando me sentí mejor -y después de que terminó el film- salí corriendo a la biblioteca pública. ¡Encontré tantas cosas escritas por el señor ese! Prácticamente no lo conocía, así que tomé los Extraños peregrinos... y busqué El amor en los tiempos... pero no lo encontré, así que tomé un título al azar. Que Los funerales de la Mamá Grande o Crónica de una muerte anunciada o Yo no vengo a decir un discurso o Memoria de mis putas tristes o El olor de la guayaba. Pero no. No elegí ninguno de esos, el que agarré es uno de pastas y lomo anaranjado -tenía que ser uno muy llamativo- titulado La bendita manía de contar.
Seré de los seres más despistados, pero creo que ese libro en especial es de los menos conocidos de Márquez, y no es que sea un mal libro ni mucho menos. Pienso que eso tiene que ver al nivel de especialización que tiene: es un taller de guión. Bueno, ya me comí dos páginas sólo para decir el título del último libro que leí de Márquez, es de éste del cuál trata este ensayo.
Mi primer acercamiento al texto fue fortuito. Lo que menos me esperaba es que fuera de carácter didáctico. Al principio no sabía si era ficticio o si era un curso real que había sido transcrito. Al terminar de leerlo me quedó claro que que transcrito. Al final aparecen los crédito, como en las películas:

DIRECTOR
Gabriel García Márquez
TALLERISTAS
Mónica Agudelo Tenorio (Colombia)
Licenciada en Filosofía. Ha escrito argumentos y libretos...

Y así continúa hasta mencionar al director, a los siete talleristas, al editor y a la transcriptora. Entonces fue que rompí con cualquier rasgo restante de ficción. El taller sí había ocurrido, en Cuba, me parece.
Algo que me parece interesante es que Márquez no enfocó el taller a aspectos de forma. Es obvio que no se enfocara a características teóricas del guión, pasaría a ser una simple clase, una cátedra o algo semejante, pero no un taller; para ser taller debe haber un ambiente práctico, se debe trabajar el material para obtener un producto. No obstante, en el taller de guión de Márquez, esto no ocurre -al menos con guiones-. Explico, el guión -cinematográfico o televisivo- es un documento en el que se calcan los diálogos y las escenas que aparecerán en pantalla, así mismo incluye anotaciones sobre utilería locaciones y -aunque pocas veces- información sobre el encuadre; lo que se trabaja en el taller no tiene nada que ver con eso. Esto es lo que me terminó de enganchar.
Ya he comentado antes como llegó el libro anaranjado a mis manos, pero hay algo más que no he dicho: ¿Por qué no lo cambié por otro -uno de cuentos o alguna novela- al darme cuenta de que éste es un texto con propiedades muy distintas a las de la narrativa? Pues bueno, la primera razón es que ya estaba en mi casa cuando me di cuenta (el día que tomé el libro de la biblioteca -la que me queda algo retirada- iba con prisa, así que no leí ni la cuarta de forros, sólo el lomo, atribuyo mucho influjo al color de la pasta); la segunda es que me atrapó en cuanto comencé a leerlo. Comienza -todo el texto tiene la estructura de la dramaturgia moderna- con “Gabo” hablando:
GABO.- Empiezo por decirles que esto de los talleres se me ha convertido en vicio.
El formato visual me llevó a pensar en textos dramáticos, pero no sólo dramáticos, sino ficticios, así que me pasé la mayor parte del texto creyendo que era una artimaña del autor, un juego entre lo real y lo ficticio. Además está la palabra vicio, no suelo tenerlos, de hecho detesto a los alcohólicos y a quienes disfrutan otras clases de vicios. Por eso me decidí a leerlo: todos somos dignos de una segunda oportunidad, hasta los libros, personajes o autores viciosos.
La tercera razón es más simple, el taller no es un taller de guionismo, es un taller de contar, y lo pongo en el sentido de platicar o narrar algo. El texto enseña a narrar.

¿Cómo se cuentan las cosas?
No lo sé. He terminado el libro y no hay un solo renglón en el que García Márquez diga “Las historias debe contarse de tal o cual modo, no hay de otra”. No, eso no aparece en el texto y es una gran ventaja.
En el segmento anterior he mencionado que un taller no maneja la teoría, sino que la aplica para obtener un producto, pues bien, es lo que ocurre en el taller de guión, no obstante, lo que se trabaja no son guiones, sino historias. Esto tiene un alto impacto, pero además viene de un antecedente de mucho peso.
¿Cual es el impacto? Pues que el taller no termina al finalizar las sesiones, continuaba mientras que los talleristas trabajaban sus guiones en sus oficinas o casas. El impacto de enfocar un taller de guión únicamente a como contar historias es fácil de apreciar, sin embargo, no es tan sencillo que el lector de este ensayo encuentre los antecedentes que llevan a García Márquez a encauzar el taller hacia la forma de expresar una historia.
Cito a Máquez “Esas historias que empiezan casi por el final tienen una ventaja: uno puede prescindir de los detalles y concentrarse en lo esencial.” (Revisar la bibliografía. p 46). Ahora, ¿a qué viene esta cita? Pues a que he comenzado a platicar el libro por el final, por los créditos, pues, pero los he cortado, la información apareció apenas. El director del taller decidió -quizá- llevar el taller hacia la narración porque los talleristas ya dominaban el formato y los elementos técnicos del guión (los siete talleristas han realizado ya guiones para cine o televisión); otra posibilidad es que, siendo García Márquez un narrador, la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EidCyT en adelante) le haya pedido que manejara así las sesiones. Puede ser también que la pasión del nobel lo haya arrastrado por ese sendero sin darse él cuenta; aún con lo contundente que suena cada una de estas sentencias por separado, me inclino a pensar que los antecedentes se combinan y la decisión de llevar así el taller sea más bien casi inconsciente. Un fatum, para utilizar los vocablos del director.

¿¡Cómo transcurren así 187 páginas!?
La verdad es que son muy amenas, uno se entera de muchas cosas que a primera vista no tienen nada que ver con el aprendizaje o la metodología de contar algo (insisto, contar no aparece en la acepción numérica), pero arañando un poco la superficie uno de da cuenta de que ahí existe algo más. De haber sido intencional, La bendita manía de contar podrá tener un formato narrativo semejante al de Las mil y una noches o al Decamerón, es decir, historias más cortas dentro de una extensa, pero no. Los fines del texto son didácticos, jamás literarios. Con esto no quiero decir que el libro no contenga ninguna estética, claro que la tiene, pero es la estética con la que las personas que hablan durante el taller narran sus historias. Pero esa no es la intención principal del texto. Me inclino a pensar que García Márquez jamás pensó “Escribiré las memorias de un taller de guionismo y lo haré tan realista que el lector sepa que hay algo falso pero no lo pueda descubrir porque es totalmente concordante con el resto del texto”, ¿no le habrá propuesto la EidCyT que diera el taller, quizá sin mencionarle que después harían unas memorias impresas para distribuirlas sujetas a un nombre famoso? ¿No será un caso más de esos en que las instituciones se aprovechan de los intelectos ajenos para obtener ganancias? No lo sé. Realmente ese fenómeno no lo seguiré.

La actuación y La bendita manía...
Este ensayo comienza con un epígrafe de William Shakespeare, de la obra Julio César. Hasta ahora puede parecer que entre ensayo y epígrafe existe poca relación. Y es cierto. Lo he elegido pensando que el teatro y La bendita manía... son parte de un mismo fenómeno. Además, esta parte del diálogo de Antonio me conduce a uno de los temas que se ven entre las cortinas nebulosas de La bendita manía... Ese tema es el contrato de credibilidad entre lo contado y el espectador. En el epígrafe, Antonio apela a su público a creerle, en los textos -novelas (literarias), cuentos, películas, novelas (televisivas), documentales, cortometrajes y lo demás- es la anécdota la pide ser creída.
En este ensayo ese es el primer vínculo entre el teatro y La bendita manía... mas en todo el taller no se hace mención alguna a Julio César. Si de una obra de teatro se habla, es de Edipo Rey. Gabo -como lo llaman en el taller- relata la historia de Edipo en Colombia y a partir de esto es que se comienza a tratar un tema polémico en el taller: el fatus. En la tragedia griega esto es el destino ineludible del héroe, en la narración son los hechos que tienen que pasar forzosamente en el relato para que ese sea creíble, es decir que pueda pactar con el espectador. Son todos esos hechos que se dan por sentados para anclar la historia a una posible realidad.
Obviamente existe también un fuere vínculo entre La bendita manía...y el cine. La mayoría de los comentarios se dirigen al trabajo cinematográfico del guión, a la gramática visual y a las posibilidades escénicas. No obstante, a pesar de ser uno de los factores más importantes en la escritura del guión (pues éste se escribe para filmarse), también es dejado de lado. Digo también refiriéndome a que no es tan tomado en cuenta durante el taller al igual que los aspectos técnicos de la escritura. Esto lo encuentro como un acierto. En el libro se ofrece la información suficiente para que alguien con ciertos conocimientos literarios pueda escribir una historia bien narrada, o para que otro, alguien con talento en la narrativa oral, cuente una relato bien estructurado. Sin apenas enterarse el lector aprende algunas estrategias para diseñar personajes, para incluir elementos o para mencionar u omitir cierta información relevante o excesiva.

A modo de conclusiones
No considero que La bendita manía... sea el mejor texto acerca de la escritura de guiones (cuál es mejor es un tema que no trataré ahora). Lo interesante de este libro -apare del color tan llamativo y el autor tan renombrado- es la manera en que aborda la problemática que existe al momento de narrar una historia y da lineas que se pueden seguir para solucionar los posibles desajustes narrativos. El libro lo recomendaría, pero no a todos, vamos, que lo lea quien guste, pero yo sólo se lo recomendaría a quien quiera instruirse un poco en los asuntos de como estructurar una historia, un personaje o una situación sin buscar toda esa teoría que para quienes comienzan puede resultar bastante confusa. Eso es otro de los factores que encuentro a favor del texto, no está diseñado como un testo escrito, al menos no de primera mano, sino que es oral, todo es diálogo, es una transcripción de los comentarios hechos en el taller por cada uno de los participantes.


Bibliografía
GARCÍA Márquez, Gabriel (1998) La bendita manía de contar. Ollero & Ramos Editores, Escuela Internacional de Cine y Televisión: Cuba.

Carlos Aguilar Esparza

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