No
vengo a concitar vuestras pasiones,
amigos.
Orador no soy, cual Bruto,
sino,
cual todos me conocen, franco,
hombre
sencillo que a su amigo amaba,
y
esto lo saben bien los que me dieron
para
hablar de él aquí pública venia.
Ni
inteligencia tengo, ni palabra,
ni
mérito, ni estilo, ni ademanes,
ni
el don de la oratoria que enardece
la
sangre de los hombres,—hablo al caso.
Antonio
en Julio César de W. Shakespeare
Un primer acercamiento
La mayoría de los que me hablan de Gabriel
García Márquez me lo recomiendan, especial mente Cien
años de soledad.
Pero yo no he leído ese libro. Me lo regalaron hace dos años y al
día siguiente alguien más me lo pidió prestado. Como casi siempre,
no me negué a prestarlo. Hoy lo han leído -o al menos eso me han
dicho- siete personas y lo tiene un octavo. El libro ha pasado como
tres días en casa. Lo primero que conocí realmente de Márquez fue
un cuento: Sólo vine a hablar por teléfono.
Me lo platicó un amigo. Completo. Me encantó y después me dijo que
era un cuento y en que libro leerlo, nos pusimos borrachos y
terminamos la fiesta en su casa, volví a la mía acompañado por
Doce
peregrinos... Leí
los cuentos y devolví el libro, entonces no me interesaba la
literatura más que para leer, los autores eran lo de menos. Me
olvide de Márquez poco después. No fue sino hasta que leí El
coronel no tiene quien le escriba
que el nombre de Márquez quedó grabado en mi mente (ni siquiera
ahora creo que El
coronel...
sea uno de los mejores libros, en alguna ocasión me parece forzado,
pero bueno, de eso a que no me guste hay mucho trecho) y he tratado
de recuperar Cien
años...
Nadie vive por siempre -y los libros menos-, ahora está deshojado y
parece una especie de acordeón, pero no importa, el lector en turno
está a unos capítulos de terminarlo y ahora me cuidaré de que
nadie me vea cargando el libro o no resistiré la idea de prestarlo.
Pero bueno, el tema principal de este ensayo no es contar
como conocí a García Márquez. Lo que ha quedado claro hasta ahora
es que no será sobre Cien
años de soledad.
No he leído semejante obra, entonces, ¿qué contaré aquí?
En
un primer momento pensé en escribir un ensayo sobre los Extraños
peregrinos: Doce cuentos,
pero no lo tengo, de hecho -sin contar Cien
años...
que es como si no lo tuviera- no tengo ningún libro de García
Márquez. Eso se resuelve fácilmente: bibliotecas públicas. ¡Ese
maravilloso servicio secreto que nos presta el estado! Una de las
pocas fallas que le encuentro es que prestan los libros solamente
siete días hábiles, aproximadamente diez días de los de diario.
Muchos libros uno no los puede leer en ese tiempo, en fin, no contaré
aquí los inconvenientes que me causa el que después de tres
retrasos le cancelen a uno la credencial, menos que ya no se pueda pedir una nueva. Lo único peor que eso para obstaculizar la lectura
de obras literaria (vamos, los libros de consulta suelen ser otro
cuento) sería cobrar los días de retraso, eso sería reprimir el
espíritu intelectual. Pero me he ido por las ramas, contaba que este
ensayo no será sobre Extraños
peregrinos,
tampoco será sobre El
coronel...
Ahora
contaré la historia de como elegí tema para este ensayo: Tomaba
cerveza en casa de una amiga y alguien más ponía música a través
del sitio web Youtube, eso me encanta, ahora con tocar una pantalla o
presionar algunos botones, uno puede escuchar la canción que le
venga en gana; regreso a la reunión, alguien más ponía música y
desde las bocinas surgió un bolero que me gustó mucho (cuando me
dijo que quien cantaba era Shakira descubrí que es mi gusto
culposo), se llama Hay
amores
-o al menos así sale en Youtube. Es la pista final de una película:
El
amor en los tiempos del cólera.
Para entonces acababa yo de ver una película llamada El
amor en tiempos de odio
y confundí las películas, total que no recordaba haber escuchado
música en español y menos a Shakira, en resumen me sacaron de mi
error y me dijeron que era una película basada en un libro de García
Márquez ¡Caray! Que desconozco la mayor parte del trabajo de ese
señor. Al día siguiente vi la película mientras esperaba que se me
pasara un misterioso dolor de cabeza y cuando me sentí mejor -y
después de que terminó el film-
salí corriendo a la biblioteca pública. ¡Encontré tantas cosas
escritas por el señor ese! Prácticamente no lo conocía, así que
tomé los Extraños
peregrinos...
y busqué El
amor en los tiempos...
pero no lo encontré, así que tomé un título al azar. Que Los
funerales de la Mamá Grande
o Crónica
de una muerte anunciada
o Yo
no vengo a decir un discurso
o Memoria
de mis putas tristes o
El
olor de la guayaba.
Pero no. No elegí ninguno de esos, el que agarré es uno de pastas y
lomo anaranjado -tenía que ser uno muy llamativo- titulado La
bendita manía de contar.
Seré
de los seres más despistados, pero creo que ese libro en especial es
de los menos conocidos de Márquez, y no es que sea un mal libro ni
mucho menos. Pienso que eso tiene que ver al nivel de especialización
que tiene: es un taller de guión. Bueno, ya me comí dos páginas
sólo para decir el título del último libro que leí de Márquez,
es de éste del cuál trata este ensayo.
Mi
primer acercamiento al texto fue fortuito. Lo que menos me esperaba
es que fuera de carácter didáctico. Al principio no sabía si era
ficticio o si era un curso real que había sido transcrito. Al
terminar de leerlo me quedó claro que que transcrito. Al final
aparecen los crédito, como en las películas:
DIRECTOR
Gabriel
García Márquez
TALLERISTAS
Mónica
Agudelo Tenorio (Colombia)
Licenciada
en Filosofía. Ha escrito argumentos y libretos...
Y
así continúa hasta mencionar al director, a los siete talleristas,
al editor y a la transcriptora. Entonces fue que rompí con cualquier
rasgo restante de ficción. El taller sí había ocurrido, en Cuba,
me parece.
Algo
que me parece interesante es que Márquez no enfocó el taller a
aspectos de forma. Es obvio que no se enfocara a características
teóricas del guión, pasaría a ser una simple clase, una cátedra o
algo semejante, pero no un taller; para ser taller debe haber un
ambiente práctico, se debe trabajar el material para obtener un
producto. No obstante, en el taller de guión de Márquez, esto no
ocurre -al menos con guiones-. Explico, el guión -cinematográfico o
televisivo- es un documento en el que se calcan los diálogos y las
escenas que aparecerán en pantalla, así mismo incluye anotaciones
sobre utilería locaciones y -aunque pocas veces- información sobre
el encuadre; lo que se trabaja en el taller no tiene nada que ver con
eso. Esto es lo que me terminó de enganchar.
Ya
he comentado antes como llegó el libro anaranjado a mis manos, pero
hay algo más que no he dicho: ¿Por qué no lo cambié por otro -uno
de cuentos o alguna novela- al darme cuenta de que éste es un texto
con propiedades muy distintas a las de la narrativa? Pues bueno, la
primera razón es que ya estaba en mi casa cuando me di cuenta (el
día que tomé el libro de la biblioteca -la que me queda algo
retirada- iba con prisa, así que no leí ni la cuarta de forros,
sólo el lomo, atribuyo mucho influjo al color de la pasta); la
segunda es que me atrapó en cuanto comencé a leerlo. Comienza -todo
el texto tiene la estructura de la dramaturgia moderna- con “Gabo”
hablando:
GABO.-
Empiezo por decirles que esto de los talleres se me ha convertido en
vicio.
El
formato visual me llevó a pensar en textos dramáticos, pero no sólo
dramáticos, sino ficticios, así que me pasé la mayor parte del
texto creyendo que era una artimaña del autor, un juego entre lo
real y lo ficticio. Además está la palabra vicio, no suelo
tenerlos, de hecho detesto a los alcohólicos y a quienes disfrutan
otras clases de vicios. Por eso me decidí a leerlo: todos somos
dignos de una segunda oportunidad, hasta los libros, personajes o
autores viciosos.
La
tercera razón es más simple, el taller no es un taller de
guionismo, es un taller de contar,
y lo pongo en el sentido de platicar o narrar algo. El texto enseña
a narrar.
¿Cómo
se cuentan las cosas?
No
lo sé. He terminado el libro y no hay un solo renglón en el que
García Márquez diga “Las historias debe contarse de tal o cual
modo, no hay de otra”. No, eso no aparece en el texto y es una gran
ventaja.
En
el segmento anterior he mencionado que un taller no maneja la teoría,
sino que la aplica para obtener un producto, pues bien, es lo que
ocurre en el taller de guión, no obstante, lo que se trabaja no son
guiones, sino historias. Esto tiene un alto impacto, pero además
viene de un antecedente de mucho peso.
¿Cual
es el impacto? Pues que el taller no termina al finalizar las
sesiones, continuaba mientras que los talleristas trabajaban sus
guiones en sus oficinas o casas. El impacto de enfocar un taller de
guión únicamente a como contar historias es fácil de apreciar, sin
embargo, no es tan sencillo que el lector de este ensayo encuentre
los antecedentes que llevan a García Márquez a encauzar el taller
hacia la forma de expresar una historia.
Cito
a Máquez “Esas
historias que empiezan casi por el final tienen una ventaja: uno
puede prescindir de los detalles y concentrarse en lo esencial.”
(Revisar la bibliografía. p 46). Ahora, ¿a qué viene esta cita?
Pues a que he comenzado a platicar el libro por el final, por los
créditos, pues, pero los he cortado, la información apareció
apenas. El director del taller decidió -quizá- llevar el taller
hacia la narración porque los talleristas ya dominaban el formato y
los elementos técnicos del guión (los siete talleristas han
realizado ya guiones para cine o televisión); otra posibilidad es
que, siendo García Márquez un narrador, la Escuela Internacional de
Cine y Televisión (EidCyT en adelante) le haya pedido que manejara
así las sesiones. Puede ser también que la pasión del nobel lo
haya arrastrado por ese sendero sin darse él cuenta; aún con lo
contundente que suena cada una de estas sentencias por separado, me
inclino a pensar que los antecedentes se combinan y la decisión de
llevar así el taller sea más bien casi inconsciente. Un fatum,
para utilizar los vocablos del director.
¿¡Cómo
transcurren así 187 páginas!?
La
verdad es que son muy amenas, uno se entera de muchas cosas que a
primera vista no tienen nada que ver con el aprendizaje o la
metodología de contar
algo
(insisto, contar no aparece en la acepción numérica), pero arañando
un poco la superficie uno de da cuenta de que ahí existe algo más.
De haber sido intencional, La
bendita manía de contar
podrá tener un formato narrativo semejante al de Las
mil y una noches o
al Decamerón,
es decir, historias más cortas dentro de una extensa, pero no. Los
fines del texto son didácticos, jamás literarios. Con esto no
quiero decir que el libro no contenga ninguna estética, claro que la
tiene, pero es la estética con la que las personas que hablan
durante el taller narran sus historias. Pero esa no es la intención
principal del texto. Me inclino a pensar que García Márquez jamás
pensó “Escribiré las memorias de un taller de guionismo y lo haré
tan realista que el lector sepa que hay algo falso pero no lo pueda
descubrir porque es totalmente concordante con el resto del texto”,
¿no le habrá propuesto la EidCyT que diera el taller, quizá sin
mencionarle que después harían unas memorias impresas para
distribuirlas sujetas a un nombre famoso? ¿No será un caso más de
esos en que las instituciones se aprovechan de los intelectos ajenos
para obtener ganancias? No lo sé. Realmente ese fenómeno no lo
seguiré.
La
actuación y La
bendita manía...
Este
ensayo comienza con un epígrafe de William Shakespeare, de la obra
Julio
César.
Hasta ahora puede parecer que entre ensayo y epígrafe existe poca
relación. Y es cierto. Lo he elegido pensando que el teatro y La
bendita manía... son
parte de un mismo fenómeno. Además, esta parte del diálogo de
Antonio me conduce a uno de los temas que se ven entre las cortinas
nebulosas de La
bendita manía...
Ese tema es el contrato de credibilidad entre lo contado y el
espectador. En el epígrafe, Antonio apela a su público a creerle,
en los textos -novelas (literarias), cuentos, películas, novelas
(televisivas), documentales, cortometrajes y lo demás- es la
anécdota la pide ser creída.
En
este ensayo ese es el primer vínculo entre el teatro y La
bendita manía...
mas en todo el taller no se hace mención alguna a Julio
César.
Si de una obra de teatro se habla, es de Edipo
Rey.
Gabo -como lo llaman en el taller- relata la historia de Edipo en
Colombia
y
a partir de esto es que se comienza a tratar un tema polémico en el
taller: el fatus.
En la tragedia griega esto es el destino ineludible del héroe, en la
narración son los hechos que tienen que pasar forzosamente en el
relato para que ese sea creíble, es decir que pueda pactar con el
espectador. Son todos esos hechos que se dan por sentados para anclar
la historia a una posible realidad.
Obviamente
existe también un fuere vínculo entre La
bendita manía...y
el cine. La mayoría de los comentarios se dirigen al trabajo
cinematográfico del guión, a la gramática visual y a las
posibilidades escénicas. No obstante, a pesar de ser uno de los
factores más importantes en la escritura del guión (pues éste se
escribe para filmarse), también es dejado de lado. Digo también
refiriéndome a que no es tan tomado en cuenta durante el taller al
igual que los aspectos técnicos de la escritura. Esto lo encuentro
como un acierto. En el libro se ofrece la información suficiente
para que alguien con ciertos conocimientos literarios pueda escribir
una historia bien narrada, o para que otro, alguien con talento en la
narrativa oral, cuente una relato bien estructurado. Sin apenas
enterarse el lector aprende algunas estrategias para diseñar
personajes, para incluir elementos o para mencionar u omitir cierta
información relevante o excesiva.
A modo
de conclusiones
No
considero que La
bendita manía...
sea el mejor texto acerca de la escritura de guiones (cuál es mejor
es un tema que no trataré ahora). Lo interesante de este libro
-apare del color tan llamativo y el autor tan renombrado- es la
manera en que aborda la problemática que existe al momento de narrar
una historia y da lineas que se pueden seguir para solucionar los
posibles desajustes narrativos. El libro lo recomendaría, pero no a
todos, vamos, que lo lea quien guste, pero yo sólo se lo
recomendaría a quien quiera instruirse un poco en los asuntos de
como estructurar una historia, un personaje o una situación sin
buscar toda esa teoría que para quienes comienzan puede resultar
bastante confusa. Eso es otro de los factores que encuentro a favor
del texto, no está diseñado como un testo escrito, al menos no de
primera mano, sino que es oral, todo es diálogo, es una
transcripción de los comentarios hechos en el taller por cada uno de
los participantes.
Bibliografía
GARCÍA
Márquez, Gabriel (1998) La
bendita manía de contar.
Ollero & Ramos Editores, Escuela Internacional de Cine y
Televisión: Cuba.
Carlos Aguilar Esparza
No hay comentarios:
Publicar un comentario