jueves, 29 de noviembre de 2012

Análisis sobre la obra: Bartleby, el escribiente de Herman Melville


U. A. A. - C. A. y C. - L. L. H. - L. M. C.
Carlos Aguilar Esparza

Introducción
Bartleby, el escribiente o Bartleby, the Scrivener: a Story of Wall-street, es un relato corto publicado en 1853 en la revista Putnam’s Monthly. A Magazine of Literature, Science, and Art. New York [etc.] durante los meses de noviembre y diciembre. Escrito por Herman Melville, autor también de Moby Dick or The Whale, Bartleby, el escribiente fue traducido al español por Jorge Luis Borges, es en estas versiones, publicada una en http://www.wattpad.com/142546-bartleby-el-escribiente-trad-de-j-l-borge y la otra en http://www.bartleby.com/129/ en las que está basado este análisis.

Verosimilitud
Uno de los puntos favorables de esta obra de Melville es la verosimilitud, esa armonía de las descripciones que se entregan al lector (ya sea de parte del narrador: “...la irritabilidad y la consiguiente nerviosidad de Nippers eran más notables de mañana...” o por los comentarios de los personajes: “Creo que su conducta es insólita, y ciertamente injusta hacia Turkey y hacia mí.”) con las acciones que son realizadas por los personajes. Tzvetan Todorov habla de una ley de lo verosímil de modo que todas las palabras, todos los actos de un personaje deben armonizarse en una verosimilitud psicológica, como si en todas las épocas se juzgase verosímil la misma combinación de cualidades. Esto lo logra Melville mediante la evolución de las acciones, no de los personajes. Las acciones -aunque afectan de cierto modo la respuesta de los personajes- no modifican el patrón de respuesta con el que cada personaje es atribuido, así tenemos que el Nippers que se dibuja en la primera aparición es el mismo que el que aparece durante todo el relato (con los mismos cambios de humor que señalan el autor estético y el narrador: “la irritabilidad y la consiguiente nerviosidad de Nippers eran más notables de mañana, y que de tarde estaba relativamente tranquilo.”), lo mismo ocurre con Turkey, con el narrador e incluso con Bartleby.

Narrador
El narrador utilizado por Melville para este relato es interesante por muchas razones, la primera es que es, al mismo tiempo, un personaje. De ello se desprenden otras cuestiones igualmente peculiares: el narrador ya no puede ser omnisciente, además, ahora cuenta la historia en primera persona, esto es claramente apreciable en el comienzo del texto: “Soy un hombre de cierta edad. En los últimos treinta años, mis actividades me han puesto en íntimo contacto con un gre...Soy, mis, me han: todo se refiere al narrador, no obstante, el personaje-narrador no se niega la oportunidad de describir las acciones de otros personajes, por ejemplo en el párrafo:
Se excusó, mansamente: dijo que estaba muy ocupado y que prefería no recibirme por el momento. Añadió que sería mejor que yo fuera a dar dos o tres vueltas por la manzana, y que entonces habría terminado sus tareas.

Además de narrar todo desde su punto de vista, el narrador “baja de su atalaya” y en lugar de ser él quien diga lo que ocurre a su alrededor, permite que el lector sepa los diálogos por “la voz” de los personajes:
-Turkey -dije-, ¿qué piensa de esto? ¿Tengo razón?-Con todo respeto, señor -dijo Turkey en su tono más suave-, creo que la tiene.-Nippers. ¿Qué piensa de esto?-Yo lo echaría a puntapiés de la oficina.
Aunque no todas las intervenciones de los personajes terminan como diálogo, sino como monólogo dicho por el personaje-narrador a Bartleby y no al lector directamente:
-Bartleby -le dije-, le debo doce dólares, aquí tiene treinta y dos; esos veinte son suyos ¿quiere tomarlos? -y le alcancé los billetes.Pero ni se movió.-Los dejaré aquí, entonces -y los puse sobre la mesa bajo un pisapapeles. Tomando mi sombrero y mi bastón me dirigí a la puerta, y volviéndome tranquilamente añadí:-Cuando haya sacado sus cosas de la oficina, Bartleby, usted por su...
Este ejemplo de narrador acerca al lector a un punto de vista único y -posiblemente- tan alejado de los demás que no permite casi enterarse que existen.

Personajes
El personaje principal dentro del relato no tiene nombre. No es Bartleby. Es quien introduce a la historia y guía a través de ella, sin embargo, no se toma la molestia de decir su propio nombre. Este personaje actúa también como narrador. Es sobre él que recaen las decisiones a tomar durante el transcurso del relato (“Pero cuando el resentimiento del viejo Adams se apoderó de mí y me tentó en lo concerniente a Bartleby, luché con él y lo vencí.”) y sobre quien mejor se pueden apreciar las consecuencias de las acciones:
En la esquina de Broadway y la calle del Canal, vi a un grupo de gente muy excitada, conversando seriamente.-Apuesto a que... -oí decir al pasar.
-¿A que no se va? ¡Ya está! -dije-, ponga su dinero.
Instintivamente metí la mano en el bolsillo, para vaciar el mío, cuando me acordé que...
Esto no es gratuito, ya que el autor ha manejado un enfoque narrativo tan cerrado que solamente se puede conocer lo que ocurre dentro de la mente y los campos visual y auditivo del narrador quien, con una excepción (“El rumor es éste: que Bartleby había sido un empleado subalterno en la Oficina de... ”), permite saber sólo lo que el mismo conoce: De Bartleby no sé otra cosa que la que vieron mis asombrados ojos...
Bartlebly es, en cuanto a importancia, el siguiente personaje; de él se tienen algunas descripciones medianamente físicas: “Reveo esa figura: ¡pálidamente pulcra, lamentablemente decente, incurablemente desolada! Era Bartleby.” y “Su rostro estaba tranquilo; sus ojos grises, vagamente serenos. Ni un rasgo denotaba agitación.” Está, entonces, apenas más dibujado que el narrador, no obstante, sus acciones -o inacciones- son más claras:
...el amanuense tuvo que hacer otro largo trabajo. Su conducta extraordinaria me hizo vigilarlo estrechamente. Observé que jamás iba a almorzar; en realidad, que jamás iba a ninguna parte. Jamás, que yo supiera, había estado ausente de la oficina. Era un centinela perpetuo en su rincón. Noté que a las once de la mañana, Ginger Nut solía avanzar hasta la apertura del biombo, como atraído por una señal silenciosa, invisible para mí.
Con respecto a Turkey, Nipper y Ginger Nut, quienes son los siguientes personajes, hay descripciones físicas más claras
Turkey era un inglés bajo, obeso, de mi edad más o menos, esto es, no lejos de los sesenta. De mañana, podríamos decir, su rostro era rosado...
Nippers, el segundo de mi lista, era un muchacho de unos veinticinco años, cetrino, melenudo, algo pirático...
Ginger Nut, el tercero en mi lista, era un muchacho de unos doce años.Su padre era carrero, ambicioso de ver a su hijo, antes de morir, en los tribunales y no en el pescante...

Ya que son personajes secundarios, sus acciones cobran menor sentido, remarcando o dibujando mejor a Bartleby y al narrador:
-«¿Prefiere no ser razonable?» -gritó Nippers-. Yo le daría preferencias, si fuera usted, señor. ¿Qué es, señor, lo que ahora prefiere no hacer? -Bartleby no movió ni un dedo. -Señor Nippers -le dije-, prefiero que, por el momento, usted se retire. No sé cómo, últimamente, yo había contraído la costumbre de usar la palabra preferir. Temblé pensando que mi relación con el amanuense ya hubiera afectado seriamente mi estado mental. ¿Qué otra y quizá más honda aberración podría traerme? Este recelo había influido en mi determinación de emplear medidas sumarias. Mientras Nippers, agrio y malhumorado, desaparecía, Turkey apareció, obsequioso y deferente. -Con todo respeto, señor -dijo-, ayer estuve meditando sobre Bartleby, y pienso que si él prefiriera tomar a diario un cuarto de buena cerveza, le haría mucho bien, y lo habilitaría a prestar ayuda en el examen de documentos.
Tiempo y espacio
El relato como tal no ocurre en el espacio, sin embargo, cuando el narrador comienza a hablar de Bartleby se forma un espacio bien definido: unas oficinas en un piso alto en el n.o X de Wall Street. En ocasiones el espacio se incrementa unas cuantas calles: corrí por Wall Street hacia Broadway y saltando en el primer ómnibus, o inclusive una gran parte de la ciudad: me dirigí a la parte alta de la ciudad, a través de los suburbios, en mi coche; crucé de Jersey City a Hoboken, e hice fugitivas visitas a Manhattanville y Astoria. En otras ocasiones el espacio disminuye tanto que todos los personajes están apretujados detrás del biombo: preguntó Turkey, apretándose respetuosamente en el estrecho espacio detrás del biombo y obligándome, al hacerlo, a empujar al amanuense.
Casi al fina de la historia, el espacio se vuelve otro, es la nueva oficina: Horrorizado ante este torrente, retrocedí y hubiera querido encerrarme con llave en mi nuevo domicilio. O en veces los jardines de la cárcel:
El patio estaba completamente tranquilo. A los presos comunes les estaba vedado el acceso. Los muros que lo rodeaban, de asombroso espesor; excluían todo ruido. El carácter egipcio de la arquitectura me abrumó con su tristeza. Pero a mis pies crecía un suave césped cautivo. Era como si en el corazón de las eternas pirámides, por una extraña magia, hubiese brotado de las grietas una semilla arrojada por los pájaros.
Al final, el texto retoma su carácter falto de espacio, ya que a partir de Creo que no hay necesidad de proseguir esta historia... no se menciona ningún espacio fijo y de hecho no hace falta porque no es importante en la narración.
El tiempo manejado en Bartleby, el escribiente es una gran analepsis, el narrador comienza y termina su narración en un plano temporal mientras que lo narrado transcurre durante un lapso anterior. No transcurre esta analepsis de forma continua y fluida, si bien se puede pensar que los eventos dentro de esta llevan un orden cronológico, se sabe que no son continuos uno de otro, son, más bien, episodios separados, el mismo narrador la afirma: prefiero algunos episodios de la vida de Bartleby...episodios que en realidad son de la vida del narrador.

Intertextualidad
Dentro de Bartleby... se encuentran diversas relaciones con otras obras, como la pintura de John Vanderlyn Caius Marius on the ruins of Carthage en la siguiente cita: ...una especie de inocente y transformado Mario, meditando entre las ruinas de Cartago! A textos religiosos como “Un nuevo mandamiento les doy: ámense los unos a los otros.” aparecido originalmente en el capítulo 13 del Evangelio de Juan.
Además de obras artísticas y religiosas, aparecen referencias a eventos sociales y políticos de Nueva York como la muerte del comerciante Juan Jacobo Astor: El finado Juan Jacobo Astor, personaje muy poco dado a poéticos entusiasmos... o la de Samuel Adams, asesinado con un hacha por John Colt (a quien Melville -o el narrador- llama más infortunado): la tragedia del infortunado Adams y del aún más infortunado Colt en la solitaria oficina...

Bibliografía
MELVILLE, Herman. (1853) Bartleby, el escribiente. Trad. Jorge Luis Borges. Alianza: España. 1998.
TODOROV, Tzvetan. (1971) Literatura y significación. Trad. Gonzalo Suárez Gómez. Planeta: España.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Quinientas palabras Respecto a Horacio

U. A. A. - C. A. y C. - L. L. H. - L. H. M
Carlos Aguilar Esparza

Yo no sé quien es Horacio. No hasta el final del cuento. Y es que Rubén Darío está seguro de que todo mundo lo conoce, cree que todos le hablamos de tú (y puede que así deba ser) al poeta. Y si no es Darío es Licio Galio, el narrador de Respecto a Horacio, quien está familiarizado con el romano del título (y hago la aclaración porque todos los personajes del cuento son romanos). Yo no sé si es un cuento neoclásico o parnasiano: a mí me dijeron que Darío escribía Modernismo. Menciono al Neoclasicismo por la aparición de la cultura latina, ese era un tópico del Neoclásico, aunque no del modo en que Darío lo utiliza. Definitivamente no es un cuento neoclásico. Además eso ya había pasado de moda hacía siglos. Tampoco es un cuento parnasiano, a pesar de retratar una fiesta romana, no cumple con una de las características principales del Parnasianismo: no está en oposición con el yo lírico: Yo, Lucio Galio, que sufro bajo el orgullo... Yo, Lucio Galio, un lustro después de haber escrito... No. Definitivamente no es parnasiano el cuento. Es modernista. Se escapa del entonces para disfrutar en un pasado exótico, se une a una fiesta casi mitológica, rítmica. Sobre todo rítmica, tanto que la prosa canta por sí misma: en la búsqueda de tónica latínica, extráñase la sintaxis de su oraciones:

...FIJOS los ojos en un voluminoso rollo, abstraído por la lectura, a la sombra del árbol, no se dio cuenta el dueño de la quinta -hasta que un ruido de voces se escuchó muy cerca- de que llegaban sus convidados.

Aspira a la perfección. Es modernista. Pero sobre todo, me gusta. ¿Y eso qué importa? ¡Todo! Y es que soy el centro de todo, como lo son Lucio Galio y Horacio y Mirtala y Filis, como lo son todos los personajes del cuento, quienes necesitan una buena descripción para existir aparte de sus acciones (esa podría ser otra característica del Modernismo, pero lo ignoro, sólo sé que es una característica de este cuento), quienes se pintan como en un lienzo o en un muro y después cobran vida.

Me habían dicho que los modernistas estaban enamorados del azul, creo que en este cuento Darío tenía el corazón roto, pues está muy distante de ese color, se acerca más al rojo y al blanco, y es Lidia que agita con la diestra un ramo de rosas y muestra entre el rojo cerco de de su risa la pícara blancura de sus dientes. Muy bien, lo admito, no sería tan hermosa Lidia con los labios azules, pero bien hubiera podido, mi amigo Rubén adjetivar azules muchas otras cosas, lo más cercano que aparece es un celeste designio, pero celeste ahí no es un color, sino la calidad de venir desde el cielo.

No sé de los otros cuentos de Darío, mejor dicho, por ahora los ignoro, pero sobre Respecto a Horacio, de ahora en adelante, puedo hablar bien. Con al menos quinientas palabras.

Bibliografía: 

DARÍO, R. 1893 "Respecto a Horacio" en Mensaje de La Tribuna. Argentina: 18 de diciembre.

TORRES Bodet, J. (Selección y prólogo) 1967 "Respecto a Horacio" en Antología de Rubén Darío. Fondo de Cultura Económica, Universidad Nacional Autónoma de México: México.

Cien años de contar



No vengo a concitar vuestras pasiones,

amigos. Orador no soy, cual Bruto,

sino, cual todos me conocen, franco,

hombre sencillo que a su amigo amaba,

y esto lo saben bien los que me dieron

para hablar de él aquí pública venia.

Ni inteligencia tengo, ni palabra,

ni mérito, ni estilo, ni ademanes,

ni el don de la oratoria que enardece

la sangre de los hombres,—hablo al caso.


Antonio en Julio César de W. Shakespeare

Un primer acercamiento
La mayoría de los que me hablan de Gabriel García Márquez me lo recomiendan, especial mente Cien años de soledad. Pero yo no he leído ese libro. Me lo regalaron hace dos años y al día siguiente alguien más me lo pidió prestado. Como casi siempre, no me negué a prestarlo. Hoy lo han leído -o al menos eso me han dicho- siete personas y lo tiene un octavo. El libro ha pasado como tres días en casa. Lo primero que conocí realmente de Márquez fue un cuento: Sólo vine a hablar por teléfono. Me lo platicó un amigo. Completo. Me encantó y después me dijo que era un cuento y en que libro leerlo, nos pusimos borrachos y terminamos la fiesta en su casa, volví a la mía acompañado por Doce peregrinos... Leí los cuentos y devolví el libro, entonces no me interesaba la literatura más que para leer, los autores eran lo de menos. Me olvide de Márquez poco después. No fue sino hasta que leí El coronel no tiene quien le escriba que el nombre de Márquez quedó grabado en mi mente (ni siquiera ahora creo que El coronel... sea uno de los mejores libros, en alguna ocasión me parece forzado, pero bueno, de eso a que no me guste hay mucho trecho) y he tratado de recuperar Cien años... Nadie vive por siempre -y los libros menos-, ahora está deshojado y parece una especie de acordeón, pero no importa, el lector en turno está a unos capítulos de terminarlo y ahora me cuidaré de que nadie me vea cargando el libro o no resistiré la idea de prestarlo. Pero bueno, el tema principal de este ensayo no es contar como conocí a García Márquez. Lo que ha quedado claro hasta ahora es que no será sobre Cien años de soledad. No he leído semejante obra, entonces, ¿qué contaré aquí?
En un primer momento pensé en escribir un ensayo sobre los Extraños peregrinos: Doce cuentos, pero no lo tengo, de hecho -sin contar Cien años... que es como si no lo tuviera- no tengo ningún libro de García Márquez. Eso se resuelve fácilmente: bibliotecas públicas. ¡Ese maravilloso servicio secreto que nos presta el estado! Una de las pocas fallas que le encuentro es que prestan los libros solamente siete días hábiles, aproximadamente diez días de los de diario. Muchos libros uno no los puede leer en ese tiempo, en fin, no contaré aquí los inconvenientes que me causa el que después de tres retrasos le cancelen a uno la credencial, menos que ya no se pueda pedir una nueva. Lo único peor que eso para obstaculizar la lectura de obras literaria (vamos, los libros de consulta suelen ser otro cuento) sería cobrar los días de retraso, eso sería reprimir el espíritu intelectual. Pero me he ido por las ramas, contaba que este ensayo no será sobre Extraños peregrinos, tampoco será sobre El coronel...
Ahora contaré la historia de como elegí tema para este ensayo: Tomaba cerveza en casa de una amiga y alguien más ponía música a través del sitio web Youtube, eso me encanta, ahora con tocar una pantalla o presionar algunos botones, uno puede escuchar la canción que le venga en gana; regreso a la reunión, alguien más ponía música y desde las bocinas surgió un bolero que me gustó mucho (cuando me dijo que quien cantaba era Shakira descubrí que es mi gusto culposo), se llama Hay amores -o al menos así sale en Youtube. Es la pista final de una película: El amor en los tiempos del cólera. Para entonces acababa yo de ver una película llamada El amor en tiempos de odio y confundí las películas, total que no recordaba haber escuchado música en español y menos a Shakira, en resumen me sacaron de mi error y me dijeron que era una película basada en un libro de García Márquez ¡Caray! Que desconozco la mayor parte del trabajo de ese señor. Al día siguiente vi la película mientras esperaba que se me pasara un misterioso dolor de cabeza y cuando me sentí mejor -y después de que terminó el film- salí corriendo a la biblioteca pública. ¡Encontré tantas cosas escritas por el señor ese! Prácticamente no lo conocía, así que tomé los Extraños peregrinos... y busqué El amor en los tiempos... pero no lo encontré, así que tomé un título al azar. Que Los funerales de la Mamá Grande o Crónica de una muerte anunciada o Yo no vengo a decir un discurso o Memoria de mis putas tristes o El olor de la guayaba. Pero no. No elegí ninguno de esos, el que agarré es uno de pastas y lomo anaranjado -tenía que ser uno muy llamativo- titulado La bendita manía de contar.
Seré de los seres más despistados, pero creo que ese libro en especial es de los menos conocidos de Márquez, y no es que sea un mal libro ni mucho menos. Pienso que eso tiene que ver al nivel de especialización que tiene: es un taller de guión. Bueno, ya me comí dos páginas sólo para decir el título del último libro que leí de Márquez, es de éste del cuál trata este ensayo.
Mi primer acercamiento al texto fue fortuito. Lo que menos me esperaba es que fuera de carácter didáctico. Al principio no sabía si era ficticio o si era un curso real que había sido transcrito. Al terminar de leerlo me quedó claro que que transcrito. Al final aparecen los crédito, como en las películas:

DIRECTOR
Gabriel García Márquez
TALLERISTAS
Mónica Agudelo Tenorio (Colombia)
Licenciada en Filosofía. Ha escrito argumentos y libretos...

Y así continúa hasta mencionar al director, a los siete talleristas, al editor y a la transcriptora. Entonces fue que rompí con cualquier rasgo restante de ficción. El taller sí había ocurrido, en Cuba, me parece.
Algo que me parece interesante es que Márquez no enfocó el taller a aspectos de forma. Es obvio que no se enfocara a características teóricas del guión, pasaría a ser una simple clase, una cátedra o algo semejante, pero no un taller; para ser taller debe haber un ambiente práctico, se debe trabajar el material para obtener un producto. No obstante, en el taller de guión de Márquez, esto no ocurre -al menos con guiones-. Explico, el guión -cinematográfico o televisivo- es un documento en el que se calcan los diálogos y las escenas que aparecerán en pantalla, así mismo incluye anotaciones sobre utilería locaciones y -aunque pocas veces- información sobre el encuadre; lo que se trabaja en el taller no tiene nada que ver con eso. Esto es lo que me terminó de enganchar.
Ya he comentado antes como llegó el libro anaranjado a mis manos, pero hay algo más que no he dicho: ¿Por qué no lo cambié por otro -uno de cuentos o alguna novela- al darme cuenta de que éste es un texto con propiedades muy distintas a las de la narrativa? Pues bueno, la primera razón es que ya estaba en mi casa cuando me di cuenta (el día que tomé el libro de la biblioteca -la que me queda algo retirada- iba con prisa, así que no leí ni la cuarta de forros, sólo el lomo, atribuyo mucho influjo al color de la pasta); la segunda es que me atrapó en cuanto comencé a leerlo. Comienza -todo el texto tiene la estructura de la dramaturgia moderna- con “Gabo” hablando:
GABO.- Empiezo por decirles que esto de los talleres se me ha convertido en vicio.
El formato visual me llevó a pensar en textos dramáticos, pero no sólo dramáticos, sino ficticios, así que me pasé la mayor parte del texto creyendo que era una artimaña del autor, un juego entre lo real y lo ficticio. Además está la palabra vicio, no suelo tenerlos, de hecho detesto a los alcohólicos y a quienes disfrutan otras clases de vicios. Por eso me decidí a leerlo: todos somos dignos de una segunda oportunidad, hasta los libros, personajes o autores viciosos.
La tercera razón es más simple, el taller no es un taller de guionismo, es un taller de contar, y lo pongo en el sentido de platicar o narrar algo. El texto enseña a narrar.

¿Cómo se cuentan las cosas?
No lo sé. He terminado el libro y no hay un solo renglón en el que García Márquez diga “Las historias debe contarse de tal o cual modo, no hay de otra”. No, eso no aparece en el texto y es una gran ventaja.
En el segmento anterior he mencionado que un taller no maneja la teoría, sino que la aplica para obtener un producto, pues bien, es lo que ocurre en el taller de guión, no obstante, lo que se trabaja no son guiones, sino historias. Esto tiene un alto impacto, pero además viene de un antecedente de mucho peso.
¿Cual es el impacto? Pues que el taller no termina al finalizar las sesiones, continuaba mientras que los talleristas trabajaban sus guiones en sus oficinas o casas. El impacto de enfocar un taller de guión únicamente a como contar historias es fácil de apreciar, sin embargo, no es tan sencillo que el lector de este ensayo encuentre los antecedentes que llevan a García Márquez a encauzar el taller hacia la forma de expresar una historia.
Cito a Máquez “Esas historias que empiezan casi por el final tienen una ventaja: uno puede prescindir de los detalles y concentrarse en lo esencial.” (Revisar la bibliografía. p 46). Ahora, ¿a qué viene esta cita? Pues a que he comenzado a platicar el libro por el final, por los créditos, pues, pero los he cortado, la información apareció apenas. El director del taller decidió -quizá- llevar el taller hacia la narración porque los talleristas ya dominaban el formato y los elementos técnicos del guión (los siete talleristas han realizado ya guiones para cine o televisión); otra posibilidad es que, siendo García Márquez un narrador, la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EidCyT en adelante) le haya pedido que manejara así las sesiones. Puede ser también que la pasión del nobel lo haya arrastrado por ese sendero sin darse él cuenta; aún con lo contundente que suena cada una de estas sentencias por separado, me inclino a pensar que los antecedentes se combinan y la decisión de llevar así el taller sea más bien casi inconsciente. Un fatum, para utilizar los vocablos del director.

¿¡Cómo transcurren así 187 páginas!?
La verdad es que son muy amenas, uno se entera de muchas cosas que a primera vista no tienen nada que ver con el aprendizaje o la metodología de contar algo (insisto, contar no aparece en la acepción numérica), pero arañando un poco la superficie uno de da cuenta de que ahí existe algo más. De haber sido intencional, La bendita manía de contar podrá tener un formato narrativo semejante al de Las mil y una noches o al Decamerón, es decir, historias más cortas dentro de una extensa, pero no. Los fines del texto son didácticos, jamás literarios. Con esto no quiero decir que el libro no contenga ninguna estética, claro que la tiene, pero es la estética con la que las personas que hablan durante el taller narran sus historias. Pero esa no es la intención principal del texto. Me inclino a pensar que García Márquez jamás pensó “Escribiré las memorias de un taller de guionismo y lo haré tan realista que el lector sepa que hay algo falso pero no lo pueda descubrir porque es totalmente concordante con el resto del texto”, ¿no le habrá propuesto la EidCyT que diera el taller, quizá sin mencionarle que después harían unas memorias impresas para distribuirlas sujetas a un nombre famoso? ¿No será un caso más de esos en que las instituciones se aprovechan de los intelectos ajenos para obtener ganancias? No lo sé. Realmente ese fenómeno no lo seguiré.

La actuación y La bendita manía...
Este ensayo comienza con un epígrafe de William Shakespeare, de la obra Julio César. Hasta ahora puede parecer que entre ensayo y epígrafe existe poca relación. Y es cierto. Lo he elegido pensando que el teatro y La bendita manía... son parte de un mismo fenómeno. Además, esta parte del diálogo de Antonio me conduce a uno de los temas que se ven entre las cortinas nebulosas de La bendita manía... Ese tema es el contrato de credibilidad entre lo contado y el espectador. En el epígrafe, Antonio apela a su público a creerle, en los textos -novelas (literarias), cuentos, películas, novelas (televisivas), documentales, cortometrajes y lo demás- es la anécdota la pide ser creída.
En este ensayo ese es el primer vínculo entre el teatro y La bendita manía... mas en todo el taller no se hace mención alguna a Julio César. Si de una obra de teatro se habla, es de Edipo Rey. Gabo -como lo llaman en el taller- relata la historia de Edipo en Colombia y a partir de esto es que se comienza a tratar un tema polémico en el taller: el fatus. En la tragedia griega esto es el destino ineludible del héroe, en la narración son los hechos que tienen que pasar forzosamente en el relato para que ese sea creíble, es decir que pueda pactar con el espectador. Son todos esos hechos que se dan por sentados para anclar la historia a una posible realidad.
Obviamente existe también un fuere vínculo entre La bendita manía...y el cine. La mayoría de los comentarios se dirigen al trabajo cinematográfico del guión, a la gramática visual y a las posibilidades escénicas. No obstante, a pesar de ser uno de los factores más importantes en la escritura del guión (pues éste se escribe para filmarse), también es dejado de lado. Digo también refiriéndome a que no es tan tomado en cuenta durante el taller al igual que los aspectos técnicos de la escritura. Esto lo encuentro como un acierto. En el libro se ofrece la información suficiente para que alguien con ciertos conocimientos literarios pueda escribir una historia bien narrada, o para que otro, alguien con talento en la narrativa oral, cuente una relato bien estructurado. Sin apenas enterarse el lector aprende algunas estrategias para diseñar personajes, para incluir elementos o para mencionar u omitir cierta información relevante o excesiva.

A modo de conclusiones
No considero que La bendita manía... sea el mejor texto acerca de la escritura de guiones (cuál es mejor es un tema que no trataré ahora). Lo interesante de este libro -apare del color tan llamativo y el autor tan renombrado- es la manera en que aborda la problemática que existe al momento de narrar una historia y da lineas que se pueden seguir para solucionar los posibles desajustes narrativos. El libro lo recomendaría, pero no a todos, vamos, que lo lea quien guste, pero yo sólo se lo recomendaría a quien quiera instruirse un poco en los asuntos de como estructurar una historia, un personaje o una situación sin buscar toda esa teoría que para quienes comienzan puede resultar bastante confusa. Eso es otro de los factores que encuentro a favor del texto, no está diseñado como un testo escrito, al menos no de primera mano, sino que es oral, todo es diálogo, es una transcripción de los comentarios hechos en el taller por cada uno de los participantes.


Bibliografía
GARCÍA Márquez, Gabriel (1998) La bendita manía de contar. Ollero & Ramos Editores, Escuela Internacional de Cine y Televisión: Cuba.

Carlos Aguilar Esparza

Análisis de un cuento de Rulfo


U. A. A. - C. A. y C. - L. L. H. - T. y A. de T. IV
Carlos Aguilar Esparza


Comienza in media res. Con lo primero que nos enfrentamos es con la frase  «Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada, se oye el ladrar de los perros.». Entonces el camino sigue, hacia después, pero también hacia antes. Pero antes de moverse hacia ninguna parte, deja más o menos claro el momento en el que inicia. «Ahorita son algo así como las cuatro de la tarde.». Y Melitón lo confirma «-Son como las cuatro de la tarde.». Pero el tiempo retrocede. Avanza en sentido contrario, al menos para aclarar un poco el panorama, como para enfocar la lente. Hace rato, como a eso de las once, éramos veintitantos... El narrador de Nos han dado la tierra puntualiza para dar la sensación de soledad o hartazgo, de infinidad y lejanía. Y es que ahora (más bien al momento en que comienza la narración) son solamente cuatro los personajes: Faustino, Esteban, Melitón y el narrador. El tiempo regresa enseguida a su cause original y se sigue con toda normalidad, se cierra la analepsis: ...se han ido desperdigando... avanza rápidamente ...hasta quedar nada más este puñito que somos nosotros. Regresa a un momento apenas anterior al comienzo del cuento, pero tan poco relevante que da la impresión de que son como las cuatro de la tarde. Y el tiempo sigue, avanza mientras los caminantes atraviesan el Llano, Los cuatro a pie. Antes andábamos a caballo y traíamos terciada una carabina. Retrocede, no sabemos cuanto, pero entonces los personajes traían caballos. Ahora los notamos mas lentos y cansados, sedientos. Pero no sólo eso, también inadvertidos. Como un huizache trespeleque. De traer la carabina, alguien más los hubiera visto y les hubiera disparado, pero no la traen. Entonces no son nada. Sólo caminantes. Y es que Ahora no traemos ni la carabina. (La analepsis termina).
Hay en el cuento una digresión extraña, pues en lugar de mirar al pasado o al futuro, mira hacia un supuesto que estaría en el pasado: De venir a caballo ya hubiéramos probado el agua verde del río... y se sigue durante el resto del párrafo hasta que es interrumpida por una analepsis: Pero también nos quitaron los caballos junto con la carabina. Después de esta, la narración sigue en presente la mitad de ese párrafo, pero aparece otra digresión a un supuesto, en esta ocasión, en el futuro: Pero nosotros, cuando tengamos que trabajar aquí, ¿qué haremos para enfriarnos del sol eh? Esta, al igual que el supuesto anteriormente descrito, es interrumpida por una analepsis: Porque a nosotros nos dieron esta costra de tepetate para que la sembráramos.
La analepsis anterior es la más importante del cuento pues en ella se narra (y se dialoga) la causa de la acción principal del cuento (o al menos la más visible, caminar a través del Llano) y se intuye que ocurre algo muy importante entre ella y el presente, quizá fue entonces cuando -por algún motivo como el abuso de poder- los personajes fueron despojados de sus caballos y su carabina. Ésta es la digresión más extensa del cuento y rompe hasta la frase Y en este comal acalorado quieren que sembremos semillas de algo, para ver si algo retoña y se levanta. Ahí existe un punto de inflexión, pues para dar una sensación de armonía aparece una pequeña prolepsis: Pero nada se levantará de aquí. Justo después de esta, todo el texto se sigue en el presente.
***
El espacio está bien marcado, es un camino sin orillas;  sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada... Es un lugar cálido, un comal.


No, el Llano no es cosa que sirva. No hay ni conejos ni pájaros. No hay nada. A no ser unos cuantos huizaches trespeleques y una que otra manchita de zacate con las hojas enroscadas; a no ser eso, no hay nada.

El Llano es eso. Un llano extensísimo, seco y caliente.
El espacio está bien marcado. Al menos en el presente, porque en las digresiones no está marcado. El lector apenas se puede imaginar algo, pero en el texto no hay huellas claras de espacio.
Hacia el final del cuento, cuando los personajes salen del Llano, el espacio -obviamente- cambia.


Conforme bajamos, la tierra se hace buena. Sube polvo desde nosotros como si fuera un atajo de mulas lo que bajará por allí; pero nos gusta llenarnos de polvo. Nos gusta.


Y esto da un brillo de esperanza al final de la historia, aunque el lector sepa que tarde o temprano, los personajes regresarán al Llano.